jueves, 9 de abril de 2009

El tren de la carne de medianoche


Recibió la hoja en el cuello con una sensación de asfixia. Emitió un sonido ridículo, una especie de tos poco entusiasta. Manó sangre de sus labios, pintándolos, como el lápiz de labios a una boca de mujer. La cuchilla cayó al suelo con gran estrépito.
[...] Se desplomó sobre sus rodillas, mirando la navaja que lo había matado. El hombrecito lo observaba pasivamente. Estaba diciendo algo, pero sus oídos estaban sordos a los comentarios, como si se encontrara bajo el agua. De repente se quedó ciego. Supo con nostalgia por sus sentidos que no volvería a ver ni a oír. Esto era la muerte: la tenía encima, sin duda. Sin embargo todavía palpaba con las manos la tela de los pantalones y las salpicaduras calientes sobre su piel. La vida parecía temblarle en las yemas mientras sus dedos se aferraban al último sentido... luego se desplomó, y sus manos, su vida y su deber sagrado se doblegaron bajo el peso de una carne avejentada.


Clive Barker
El tren de la carne de medianoche
Libros Sangrientos I

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