Mefistófeles
El cuerpo yace y si el espíritu quiere huir, le enseñaré el pacto escrito en sangre. Pero desgraciadamente hay tantos medios de robarle las almas al diablo. Por la vieja senda tropezábamos, por la nueva tampoco somos bienvenidos. En otro tiempo yo hubiera hecho esto solo, hoy tengo que recurrir a la ayuda de otros. Todo nos va mal. Costumbres tradicionales, antiguo derecho, ya no se puede confiar en nada. Antes el alma volaba con el último suspiro, yo me ponía al acecho y, ¡zas!, igual que hace el gato con el más ágil ratón, la tenía bien apresada en mis garras. Ahora vacila y se resiste a abandonar el oscuro lugar, la repugnante morada que es el horrible cadáver. Hasta que al final los elementos, que la odian, la arrojan humillantemente de allí. Y aunque yo me pregunto durante horas y durante días «¿Cuándo?», «¿Cómo?» y «¿Dónde?», lo lamentable es que la vieja muerte ha perdido su rápido poder. Incluso es dudoso, por mucho tiempo, si se está muerto o no. A menudo vi rígidos miembros y sólo era una apariencia, se movían, se reanimaban. (Haciendo fantásticos ademanes de conjuro, como si fuera un gastador.) Vamos pronto, redoblad el paso, vosotros los de los cuernos rectos y vosotros los de los cuernos retorcidos, diablos de antigua alcurnia, con vosotros traéis las fauces mismas del infierno. Es cierto que el infierno tiene muchas, muchas fauces, y engulle según conviene a la condición y dignidad de cada cual, pero en el último juego y, de aquí en adelante, no nos andaremos con tantos remilgos.
(A la izquierda se abre la horrible boca del infierno.)
Los dientes puntiagudos rechinan, del abovedado abismo brota iracunda una tormenta de fuego, y en la hirviente humareda del fondo veo la ciudad de las llamas en perpetua incandescencia. El rojo incendio se precipita llegando hasta los dientes; algunos condenados, esperando la salvación, llegan a nado, pero la hiena los tritura colosalmente, y angustiosamente recorren de nuevo la ardiente vía. En los rincones queda aún por descubrir muchos horrores en un reducido espacio. Hacéis muy bien en aterrar a los pecadores, pues ellos tienen eso por mentira, engaño y sueño. (A los diablos gordinflones de cuernos cortos y rectos.) Gañanes ventrudos de carrillos ardientes, estáis enardecidos y bien alimentados por el azufre del infierno y tenéis el cuello corto e inmóvil como un leño. Mirad aquí abajo, por si veis arder fósforo: esta es la pequeña alma, psique con sus alas, si la priváis de ellas, queda convertida en un mísero gusano; quisiera imponerle mi sello, lleváosla al torbellino de fuego. Vigilad las regiones inferiores, cueros de vino, esa será vuestra misión. No se sabe bien si le gustará vivir allí. Le gustó asentarse en el ombligo, tened cuidado no se os vaya a escapar por allí. (A los diablos flacos de cuernos retorcidos.) Vosotros, atolondrados y grotescos gastadores, ensayad constantemente asiendo el aire. Mantened los brazos abiertos y enseñad vuestras afiladas garras, para que podáis apresar a la voladora fugitiva…
Coro de ángeles
Gloriosas flores, llamas gozosas, cread amor, dadnos placer. Corazón, ábrete, veraz palabra, claridad del éter, magno el ejército, por siempre día.
Mefistófeles
¡Que caiga la maldición y la vergüenza sobre esos imbéciles! ¡Los diablos están cabeza abajo, los gordos caen rodando y se precipitan a reculones en el infierno!
Que os aproveche el merecido baño caliente que os vais a dar, pero yo permaneceré en mi puesto. (Revolviéndose contra la lluvia de rosas.) ¡Atrás, fuegos fatuos! Tú, por muy vivo que brilles, una vez que se te atrapa no eres más que un fango viscoso. ¿Por qué revoloteas así? ¿Quieres marcharte? Esto se pega a mi nuca como si fuera pez o azufre. (….) Me arde la cabeza, en el corazón y en el hígado ha prendido un elemento más poderoso que el diabólico, mucho más vivo que el fuego infernal. Por eso os lamentáis tanto, amantes desairados que, con el cuello torcido, buscáis a la mujer amada. Algo así me está pasando. ¿Qué me obliga a mirar a ese lado al que tengo juradas mis hostilidades? Esta visión me hería agudamente. ¿Se ha apoderado completamente de mí algo extraño? Me gusta ver a esos muchachos encantadores. ¿Qué es lo que me retiene, qué me impide huir?... Y si yo me dejo embaucar, ¿quién no será loco a partir de ahora? Esos muchachos de las nubes a quienes odio, me parecen ahora deliciosos. Bellos niños, contadme: ¿no sois de la estirpe de Lucifer? Sois muy bellos, la verdad es que me gustaría besaros, parece como si llegarais en el momento justo. Resulta todo tan agradable y tan natural como si lo hubiera visto ya mil veces, es todo como una caricia al sedoso pelaje de un gato. Cada vez que os miro os veo más bellos, acercaos, concededme tan solo una mirada. (…) Soy como aquel que se horrorizaba de sí mismo y al mismo tiempo triunfaba cuando miraba a fondo, cuando tenía confianza en sí mismo y su linaje; se ha salvado la parte noble del diablo. El fantasma del amor se adueña de la piel. Ya se han extinguido las ominosas llamas y, como es propio de mí, os maldigo a todos juntos.
Mefistófeles
Pero... ¿cómo? ¿Adónde se han ido? Grupo de adolescentes, me has sorprendido, has huido al Cielo llevándote el botín, por eso bajaron al foso. He perdido un tesoro único; la noble alma que se me dio en prenda me ha sido sustraída en una distracción. ¿A quién podré apelar? ¿Quién me restituirá lo que me corresponde?
Lo que es la injusticia divina...
Fausto - Goethe
El cuerpo yace y si el espíritu quiere huir, le enseñaré el pacto escrito en sangre. Pero desgraciadamente hay tantos medios de robarle las almas al diablo. Por la vieja senda tropezábamos, por la nueva tampoco somos bienvenidos. En otro tiempo yo hubiera hecho esto solo, hoy tengo que recurrir a la ayuda de otros. Todo nos va mal. Costumbres tradicionales, antiguo derecho, ya no se puede confiar en nada. Antes el alma volaba con el último suspiro, yo me ponía al acecho y, ¡zas!, igual que hace el gato con el más ágil ratón, la tenía bien apresada en mis garras. Ahora vacila y se resiste a abandonar el oscuro lugar, la repugnante morada que es el horrible cadáver. Hasta que al final los elementos, que la odian, la arrojan humillantemente de allí. Y aunque yo me pregunto durante horas y durante días «¿Cuándo?», «¿Cómo?» y «¿Dónde?», lo lamentable es que la vieja muerte ha perdido su rápido poder. Incluso es dudoso, por mucho tiempo, si se está muerto o no. A menudo vi rígidos miembros y sólo era una apariencia, se movían, se reanimaban. (Haciendo fantásticos ademanes de conjuro, como si fuera un gastador.) Vamos pronto, redoblad el paso, vosotros los de los cuernos rectos y vosotros los de los cuernos retorcidos, diablos de antigua alcurnia, con vosotros traéis las fauces mismas del infierno. Es cierto que el infierno tiene muchas, muchas fauces, y engulle según conviene a la condición y dignidad de cada cual, pero en el último juego y, de aquí en adelante, no nos andaremos con tantos remilgos.
(A la izquierda se abre la horrible boca del infierno.)
Los dientes puntiagudos rechinan, del abovedado abismo brota iracunda una tormenta de fuego, y en la hirviente humareda del fondo veo la ciudad de las llamas en perpetua incandescencia. El rojo incendio se precipita llegando hasta los dientes; algunos condenados, esperando la salvación, llegan a nado, pero la hiena los tritura colosalmente, y angustiosamente recorren de nuevo la ardiente vía. En los rincones queda aún por descubrir muchos horrores en un reducido espacio. Hacéis muy bien en aterrar a los pecadores, pues ellos tienen eso por mentira, engaño y sueño. (A los diablos gordinflones de cuernos cortos y rectos.) Gañanes ventrudos de carrillos ardientes, estáis enardecidos y bien alimentados por el azufre del infierno y tenéis el cuello corto e inmóvil como un leño. Mirad aquí abajo, por si veis arder fósforo: esta es la pequeña alma, psique con sus alas, si la priváis de ellas, queda convertida en un mísero gusano; quisiera imponerle mi sello, lleváosla al torbellino de fuego. Vigilad las regiones inferiores, cueros de vino, esa será vuestra misión. No se sabe bien si le gustará vivir allí. Le gustó asentarse en el ombligo, tened cuidado no se os vaya a escapar por allí. (A los diablos flacos de cuernos retorcidos.) Vosotros, atolondrados y grotescos gastadores, ensayad constantemente asiendo el aire. Mantened los brazos abiertos y enseñad vuestras afiladas garras, para que podáis apresar a la voladora fugitiva…
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Coro de ángeles
Gloriosas flores, llamas gozosas, cread amor, dadnos placer. Corazón, ábrete, veraz palabra, claridad del éter, magno el ejército, por siempre día.
Mefistófeles
¡Que caiga la maldición y la vergüenza sobre esos imbéciles! ¡Los diablos están cabeza abajo, los gordos caen rodando y se precipitan a reculones en el infierno!
Que os aproveche el merecido baño caliente que os vais a dar, pero yo permaneceré en mi puesto. (Revolviéndose contra la lluvia de rosas.) ¡Atrás, fuegos fatuos! Tú, por muy vivo que brilles, una vez que se te atrapa no eres más que un fango viscoso. ¿Por qué revoloteas así? ¿Quieres marcharte? Esto se pega a mi nuca como si fuera pez o azufre. (….) Me arde la cabeza, en el corazón y en el hígado ha prendido un elemento más poderoso que el diabólico, mucho más vivo que el fuego infernal. Por eso os lamentáis tanto, amantes desairados que, con el cuello torcido, buscáis a la mujer amada. Algo así me está pasando. ¿Qué me obliga a mirar a ese lado al que tengo juradas mis hostilidades? Esta visión me hería agudamente. ¿Se ha apoderado completamente de mí algo extraño? Me gusta ver a esos muchachos encantadores. ¿Qué es lo que me retiene, qué me impide huir?... Y si yo me dejo embaucar, ¿quién no será loco a partir de ahora? Esos muchachos de las nubes a quienes odio, me parecen ahora deliciosos. Bellos niños, contadme: ¿no sois de la estirpe de Lucifer? Sois muy bellos, la verdad es que me gustaría besaros, parece como si llegarais en el momento justo. Resulta todo tan agradable y tan natural como si lo hubiera visto ya mil veces, es todo como una caricia al sedoso pelaje de un gato. Cada vez que os miro os veo más bellos, acercaos, concededme tan solo una mirada. (…) Soy como aquel que se horrorizaba de sí mismo y al mismo tiempo triunfaba cuando miraba a fondo, cuando tenía confianza en sí mismo y su linaje; se ha salvado la parte noble del diablo. El fantasma del amor se adueña de la piel. Ya se han extinguido las ominosas llamas y, como es propio de mí, os maldigo a todos juntos.
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Mefistófeles
Pero... ¿cómo? ¿Adónde se han ido? Grupo de adolescentes, me has sorprendido, has huido al Cielo llevándote el botín, por eso bajaron al foso. He perdido un tesoro único; la noble alma que se me dio en prenda me ha sido sustraída en una distracción. ¿A quién podré apelar? ¿Quién me restituirá lo que me corresponde?
Lo que es la injusticia divina...
Fausto - Goethe
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